Aprovechando una escala de su viaje a las Islas Azores, el pasado lunes S.M el Rey Don Carlos de Borbón y Austria-Este, en unión de sus hijos Don Jaime, Doña Beatriz y Doña Alicia, y de su esposa, la reina Doña Berta de Rohan, han realizado una rápida visita al Museo Carlista de Madrid, situado en la localidad serrana de San Lorenzo de El Escorial. Allí fueron recibidos por el impulsor del Museo, que realizó con los ilustres huéspedes una visita guiada por las principales salas en las que se exhiben los recuerdos históricos del Carlismo.
En su visita a la sección del Museo dedicada a las Guerras Carlistas, S.M el Rey relató numerosas anécdotas vividas por él durante la campaña, y dedicó palabras de emocionado recuerdo a algunos de sus más leales colaboradores, como el marqués de Valde-espina o el general Ollo. “Pude haber muerto al mismo tiempo que él -exclamó al contemplar el rincón dedicado al bravo general navarro-, porque yo había abandonado aquel corrillo sólo unos minutos antes de que estallara aquella maldita granada”.
Cada pieza, cada objeto, merecía de él una atención pausada, dejando que su mente volara hacía tantos recuerdos. Diríase que el tiempo se paraba para él, o mejor aún, que retrocedía hasta aquellos años de su juventud, en los que se mezclaban los días de gloria y el acíbar de los combates en los que morían tantos bravos voluntarios.
Muchas veces, volviéndose hacia mi me decía: “¡Si tu supieras lo que guardábamos en el Salón de las Batallas del Loredán! ¡Si tu supieras cómo se inundaban los ojos de lágrimas de aquellos veteranos cuando nos visitaban, y volvían a tocar allí las viejas banderas!”.
Por su parte, Don Jaime parecía especialmente interesado en los hechos de armas de los Zumalacárregui, los Cabrera, del general Miguel Gómez… hazañas legendarias que habían alimentado tantos relatos durante su niñez en boca de sus mayores. “Eran hombres de otra raza”, repetía cada vez que un objeto hablaba de una gesta, que una condecoración -especialmente pareció gustarle la concedida por Cabrera a los defensores de Morella- le hablaba de una victoria obtenida contra un enemigo abrumadoramente superior.
Viva atención atrajo en Su Majestad la Sala dedicada a la Cruzada de 1936-39. Todo le era nuevo, pero todo le sonaba familiar. Al escuchar tantos relatos sobre la entrega generosa de sus vidas por parte de aquellos requetés y margaritas -de Antonio Molle, de Agustina Simón, de Félix Mendaza…, sólo pudo musitar, como hablando para sí mismo: “Siempre supe que seguiría habiendo buenos carlistas mientras siguiera habiendo buenos españoles”.
Posteriormente, los ilustres visitantes se dirigieron a la Planta Principal, donde se encuentran las Salas dedicadas a la Dinastía Carlista. Allí, en medio de tantos recuerdos familiares, Don Carlos accedió a posar con Doña Berta en la llamada Sala de los Reyes, vistiendo el uniforme que llevaba en su equipaje para las jornadas que le esperaban. Un detalle de Sus Majestades que no olvidaremos. Junto a ellos, el Trono vacío con el escudo de los reyes de España, a la espera, resistiendo a las impaciencias, sabiendo que el tiempo no existe para Causas que son imperecederas.
La visita no pudo ser todo lo larga que hubiéramos deseado, porque el tiempo apremiaba y tenían que partir aceleradamente hacia el aeropuerto. Llegó inevitablemente el momento de la despedida. Aun así, la Familia Real quiso posar junta en el jardín del Museo, y Doña Berta me encareció a que no dejara de mandarla la foto, pues quería conservar el recuerdo de aquella visita que le había parecido un encuentro con un mundo que creía desaparecido para siempre. Ahora había podido comprobar que había existido, que existía, y que lo seguiría haciendo mientras, entre todos, quisiéramos conservar su memoria.
Al salir, y besar su augusta mano en despedida, Su Majestad se volvió en una última mirada hacia el detente del Sagrado Corazón que figura en la fachada del Museo, como depositando en Él sus anhelos y su esperanza, como tantas veces lo había hecho en los momentos de peligro.
“Mantenga usted este Museo con todas sus fuerzas y a pesar de todos los sacrificios. Y no deje de pedirle a todos los carlistas que visiten este santuario. Aquí está contenidas las últimas glorias de nuestra Patria”, me dijo casi ya con un pie en la calle.
Sus palabras son para mí un testamento espiritual y un imperativo moral.
P.S: Naturalmente el relato anterior es una ficción, como el lector ha comprendido inmediatamente, y las fotografías resultado de un tosco trucaje, en lo que permite la torpeza tecnológica de su autor. Nuestros Reyes no han podido visitar el Museo de El Escorial, pero cuantos amantes de nuestra Patria y su Historia lo visiten, podrán encontrarse con ellos allí.
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