Carlos VII es miembro más retratado de la dinastía carlista, tanto en pintura, como en grabados y fotografías. A ello contribuyeron tanto los avances técnicos de la época en el campo de la fotografía -la “instantánea fotográfica” nace en 1851- y las artes gráficas, como el uso que el propio Don Carlos supo hacer de la imagen como una herramienta de propaganda política.
Existen más de trescientos retratos del monarca carlista, pero circunscribiéndonos a los retratos pintados, bien sea al óleo o al pastel, el Museo Carlista de Madrid conserva diversos cuadros que constituyen un valioso conjunto.
En orden cronológico el primero de estos cuadros es un retrato al pastel de un joven Don Carlos veinteañero y vestido de uniforme sin más condecoración que el toisón de oro. El retrato, que hasta su llegada al Museo permanecía desconocido, es pareja de otro de su joven esposa Margarita de Parma. De autor desconocido, fueron realizados en torno a 1868-1869, antes por tanto de la tercera guerra carlista, y proceden de la casa de un exiliado carlista en Bayona.
Iniciada la guerra, otro retrato igualmente de autor anónimo, pero en este caso pintado al óleo sobre lienzo, representa a un Don Carlos en una madura juventud, con barba crecida, igualmente de uniforme y en el que además del toisón, luce dos condecoraciones de la guerra carlista, además de la banda de la Orden de Carlos III y dos placas de Grandes Cruces sólo esbozadas, ya que el retrato quedó inacabado. El cuadro, uno de los mejores retratos de Don Carlos desde el punto de vista artístico, fue donado a la Junta Regional navarra de la Comunión Tradicionalista Carlista en 1990 por la familia en cuya propiedad estuvo desde hacía generaciones. Según su propio testimonio, Don Carlos posó personalmente para la realización de este retrato durante sus cuatro años en suelo español en tiempo de la tercera guerra, cuyos avatares habrían sido responsables de que quedara inconcluso.
Concluida la guerra, el carlismo entró en un período de obligado silencio, durante el cual Don Carlos aprovechó para viajar por distintos países, hasta su reflorecimiento a finales de la década de 1880, acentuado con el nombramiento en 1890 del marqués de Cerralbo como representante del rey en España. A su liderazgo, dedicación y capacidad organizativa se debe la proliferación de círculos y casinos carlistas que poblaron en pocos años toda la geografía nacional, pero especialmente las regiones vasco-navarra, catalana y levantina, de mayor raigambre carlista.
De este período de renacimiento carlista son otros tres importantes retratos de Carlos VII presentes en el Museo, procedentes originariamente de esos círculos carlistas, cuyo salón estaba presidido frecuentemente por un gran retrato del rey.
Los dos primeros fueron realizados por Manuel Ojeda Siles y donados por Ramón Altarriba, barón de Sangarrén, respectivamente a los círculos carlistas de Vitoria y de otra ciudad cuyo nombre escrito en la dedicatoria resulta ilegible.
Ramón de Altarriba y Villanueva, Barón de Sangarrén, nació en 1842. Fue militar de carrera, obteniendo la cruz de San Fernando en la guerra de África con la graduación de teniente. Solicitó la licencia tras ser destronada Isabel II y se ofreció a Don Carlos. En 1873 organizó y mandó el Batallón carlista de Durango, con graduación de teniente coronel. Combatió en la batalla de Montejurra y otros importantes episodios bélicos, ascendiendo a coronel. Al mando del batallón de Almogávares de la Virgen del Pilar combatió en Abárzuza y otras. Al acabar la guerra emigró a Francia con Don Carlos, que le ascendió poco antes a brigadier. Por dos veces fue elegido diputado a Cortes por Azpeitia y tomó parte muy activa en los trabajos de reorganización y propaganda carlistas. Presidió el Círculo Tradicionalista de Madrid y fue Presidente de la Junta regional carlista de Castilla la Vieja. Murió en Madrid a comienzos de Abril de 1906, concentrándose en su entierro un gran número de personalidades políticas y militares del carlismo.
Don Carlos aparece en figura de tres cuartos, mirando al frente al frente en el primero y a su derecha en el segundo, apoyado en su sable y sujetando la boina roja con su mano derecha. Su uniforme, de doble botonadura y con entorchados, fajín de capitán general y pantalón azul -a diferencia del pantalón rojo del conocido retrato de Enrique Estevan del Museo del Carlismo de Estella-, luce las condecoraciones con las que Don Carlos se haría la mayor parte de sus retratos: la insignia de la Orden Real del Toisón de Oro al cuello, las placas de las grandes cruces de Carlos III y San Fernando, las medallas de Montejurra, Somorrostro y Carlos VII y, cosida al uniforme, la encomienda de la Orden de Calatrava.
El tercero, y más destacado, se debe al pincel de José Soriano Fort (Valencia, 1873-Paterna, Valencia, 1937), que fue pintor de cámara del propio marqués de Cerralbo junto con Máximo Juderías. Su obra se encuentra, en su mayor parte, en su palacio- museo, incluido el magnífico retrato de cuerpo entero de su mentor. Don Carlos aparece en esta ocasión sedente y retratado de medio cuerpo, con uniforme de capitán general y apoyando su mano sobre el sable. Este retrato formó parte del Círculo Carlista de Valencia, que lo regaló después de la guerra a un conocido abogado tradicionalista -uno de los firmantes del famoso Acto de Estoril- en agradecimiento a los servicios prestados, hasta su adquisición por el Museo Carlista de Madrid.
En 1903 el famoso pintor, ilustrador y cartelista Carlos Vázquez Úbeda (Ciudad Real, 1869-Barcelona, 1944, realizó un nuevo retrato de Don Carlos, igualmente uniformado pero en este caso con la boina roja calada, en lugar de en la mano, y con un abrigo cubriendo el uniforme.
Carlos Vázquez Úbeda era hijo de Antonio Zoilo Vázquez Marjaliza, notario e hijo del general carlista Fernando Vázquez Orcall. Consumado como un artista notable, vivió una larga temporada en París y estuvo un tiempo en Venecia, donde conoció a Don Carlos y realizó retratos del rey carlista, su esposa Berta de Rohan y su hijo Don Jaime, siendo nombrado pintor de cámara por el propio monarca en 1897.
Del retrato original de Don Carlos, que estuvo colgado en los salones del Palacio de Loredán, se hicieron posteriormente carteles litográficos que tuvieron una cierta difusión, especialmente los del retrato de Don Jaime. En el Museo Carlista de Madrid se conserva una de estas litografías de Don Jaime, junto a otra del retrato de Don Carlos, firmada por Carlos Vázquez en 1903 y muy deteriorada por el paso de los años. Se conserva igualmente una copia en menor tamaño de este mismo retrato firmada por Luis Blas, que quizás se trate del catedrático Luís Blas Álvarez (+ Madrid, 24 abril 1967), doctor en Farmacia y Ciencias Químicas y que fue activo tradicionalista durante los años de la II República.
Ya en el siglo XX y poco tiempo antes de su muerte, acaecida en 1909, Don Carlos encargó otro retrato monumental para su palacio de Loredán, quizás el más conocido y reproducido del rey carlista por antonomasia, en el que aparece acompañado de su perro León. Su imagen, de una imponente majestuosidad, plasma quizás mejor que ninguna otra la personalidad del legendario monarca, de una imponente majestuosidad y una altivez y firmeza que refleja el convencimiento que siempre le caracterizó de su realeza y de la grandeza de la Causa que representaba. Perdido el retrato original, el Museo expone una copia a gran tamaño firmada por S. Gorga a mediados del siglo XX.
El último de los retratos de don Carlos en el Museo Carlista de Madrid, en cuanto a la fecha de su realización, se debe al pincel del artista nómada italiano Vito Pollio, nacido en Terlizzi, y fue pintqdo en 2017 durante la presencia de este artista en Málaga, donde realizó por encargo del Museo otras obras como los retratos de Vázquez de Mella y del Conde de Morella. Sus trazos expresionistas y vivo colorido representan una visión actual del rey carlista retratado de medio cuerpo en los años de la guerra o periodo inmediatamente posterior.
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