George Berkeley (1685-1753), el escritor y pastor anglicano irlandés, filósofo de la Ciencia, metafísico y padre de la filosofía conocida como idealismo subjetivo o inmaterialismo, en su "Tratado sobre los principios del conocimiento humano" (1710) y otras obras posteriores, desarrollo un original sistema filosófico, cuyo principio fundamental es que el mundo que se representa en nuestros sentidos sólo existe si es percibido. Berkeley postuló que no puede saberse si un objeto es, sólo puede saberse un objeto siendo percibido por una mente. En consecuencia, los objetos percibidos son los únicos acerca de los que se puede conocer.
Reflexionando sobre esta inquietante teoría, podemos preguntarnos si la mesa que tenemos delante dejaría de existir cuando nos vayamos de la habitación en la que está; porque el hecho es que para comprobar que sigue existiendo tendríamos que volver a la habitación, es decir, volver a verla, volver a percibirla. Si ahora cambiamos la mesa por un hecho histórico, por un acontecimiento, cuando no quede nadie que lo recuerde, ¿habrá existido realmente?
En resumen y según Berkeley, "las cosas no son percibidas porque existen, sino que existen porque son percibidas".
Hoy la llamada Ley de Memoria Histórica, que en un intento orweliano trata de borrar los acontecimientos del pasado que no convienen a la nueva constructo ideológica que se nos impone, aplica sin saberlo la filosofía de Berkeley: solo existe lo que puede percibirse. Por tanto, se dicen, si eliminamos cualquier vestigio perceptible, sea una lápida, el nombre de una calle o un libro, un hecho que ocurrió en el pasado, dejará de existir, simplemente se esfumará porque en la práctica será igual que si nunca hubiese existido.
Todo lo anterior es aplicable a la Historia de España en su conjunto, como Elvira Roca ha tenido la valentía de denunciar en su extraordinario alegato "Imperiofobia y Leyenda Negra". Es también aplicable especialmente al Carlismo, quizás lo más expuesto a la ideología dominante y que ya había sufrido en la historiografía el triste destino reservado a las causas perdidas. Desaparecidos sus restos, retirados con saña sus recuerdos de pueblos y vías públicas, silenciadas sus gestas, desaparecida su traza de los manuales escolares de historia, su existencia será ya imperceptible -ni ojos, ni oídos, ni tacto podrán sentir su huella- y por tanto habrá dejado de existir, o para ser más exactos, será como si nunca hubiera existido.
Contra esta perversidad de borrar el pasado, no hay mejor antídoto que abrir el baúl de los recuerdos y poner encima de la mesa los añejos documentos, mirar a la cara a los protagonistas plasmados en los viejos óleos del siglo XIX, rescatar los periódicos de época, releer las cartas, pasar los dedos por los sables oxidados y la tela raída de las boinas y uniformes, mirar las banderas que antaño tremolaron al frente de los batallones...Percibir, en una palabra, con los sentidos, para estar muy seguros de que todo aquello existió, y de que gracias a que lo percibimos tenemos la capacidad de que siga existiendo.
Los objetos, documentos y recuerdos de la historia carlista expuestos en el Museo Carlista de Madrid, tangibles y perceptibles con los sentidos, constituyen la mejor prueba de la existencia real externa del Carlismo, independiente de la pretensión totalitaria de reescribir nuestra Historia, y la garantía de su continuidad en la existencia, en términos berkelianos.
Les animamos a visitar y colaborar con el Museo Carlista de Madrid, un encuentro con un pasado, otrora vigoroso y multitudinario, que hoy pervive contra viento y marea como un rescoldo en el que aún alienta el alma popular de la España que se resiste a morir.
Comments