El objetivo de esta breve reseña es dar parte de los retratos al óleo del pintor italiano Vito Pollio que forman parte de la colección del Museo Carlista de Madrid.
Autorretrato del pintor Vito Pollio
Vito Pollio, frecuentemente calificado de pintor nómada, nació en 1977 en la pequeña localidad de Terlizzi, situada en la región italiana de Puglia. Estudió en el Liceo Artístico de Bari, donde hizo el examen de la sección de arquitectura. Más tarde marchó a Roma, y se matriculó primero en la Escuela del Comic y más tarde, durante seis años en la Academia de Bellas Artes, sin llegar a acabar sus estudios en ninguno de los dos centros. "En seis años y con matrículas muy caras, no me enseñaron más de lo que había aprendido en el Liceo Artístico". Aquella institución de carácter provincial fue su gran escuela.
Sus primeros años como pintor los pasó trabajando para un anticuario, para el que realizaba pintura inspirada en los clásicos. Pudo con ello acreditar su maestría en el dibujo y en el manejo de las técnicas más académicas.
La lectura de la novela de Luigi Pirandello "Uno, nessuno e centomila" le cambió la manera de ver la vida y, desde luego, de entender el arte. "Si en una habitación estamos tu y yo solos, ¿cuántas personas hay?: cuatro, porque cada uno de nosotros es la persona que es y la imagen que el otro tiene de él, que es diferente de si mismo". De esta manera entendió la diferencia entre el subjetivismo y la objetividad, la revelación de que el mundo sólo es como cada uno queremos verlo.
Tras dos años y bajo la conmoción de estas influencias, decidió abandonar el taller, abrazar un estilo propio de expresión artística y convertirse en un trotamundos a bordo de una caravana con la que recorre diversos países, pintando en lugares públicos.
El festival anual de Jazz de Umbría es una parada fija para el pintor nómada, un pintor imprevisible y urbano, que cada año en primavera abandona su estudio de Terlizzi para "emigrar" a bordo de su fiel caravana - toda una institución en la ciudad - hacia el norte. hacia Holanda o Francia, o hacia el suroeste, a través de España y Portugal, llevando su arte con él.
Este largo viaje, de placer y de trabajo, suele terminar al final del verano, cuando Pollio regresa a su casa en Puglia, literalmente cargado, incluso rebosante, de experiencias, sensaciones, impresiones que puntualmente traslada al lienzo, con su peculiar expresionismo y una sensibilidad y una inventiva que parece inspirada precisamente en la filosofía del jazz. Arte y vida, aventura y creatividad son, para este espíritu libre, un tándem inseparable.
Al margen de los retratos por encargo de los que hablaremos, su obra propia, muy alejada en técnica y en los temas de la de sus inicios, tiene un fuerte carácter expresionista y de crítica social, especialmente de la codicia y el abuso de poder. Sus temas -quizás influidos por su paso por la escuela romana del comic, son homúnculos viscosos y afanados como gusanos, seres descarnados como emoticonos, caras tiznadas como payasos sin alma, rostros como máscaras sin expresión, vaciedad plana y feísmo de unos seres deshumanizados que perturban y desasosiegan.
Su estilo de vida bohemio le lleva a compartir las ideas sobre el arte de Pirandello. Desprecia la fama porque "hace que la gente te vea como una persona distinta de la que en realidad eres", y declara su desinterés por los políticos "que dicen lo que hay que hacer, prefiriéndolo a que la gente decida por sí misma, porque son ellos los que saben lo que les conviene e interesa".
Su modus vivendi es la realización de retratos del natural o a partir de fotos que le proporcionan sus improvisados clientes, habitualmente para entregar en el mismo día. Y son precisamente estos retratos, rápidos, de gruesa pincelada, estridentes y de audaz colorido, y no la obra de su peculiar mundo interior, lo que nos interesa del artista pugliano.
El expresionismo vitalista de Vito Pollio no puede desvincularse del medio en el que realiza su pintura, lo que le confiere ese carácter informalista con el que él prefiere calificar su estilo. Sus colores son un reflejo del trasiego de las gentes que pasan, del que se para y mantiene con él una breve conversación o el que se le queda mirando cómo ejecuta su obra…Y de pronto, entre arranque y parada, la luz ya ha virado, ya no es la misma, ha cambiado de golpe de idea, se le antoja ahora un tono diferente. Es la calle, es la vida, es la luz que surge y pasa, es el trasiego de las horas, son las pisadas, las miradas, las conversaciones o los comentarios a hurtadillas las que crean sus cuadros; son la prisa o el descanso sentado en un escalón del portal en el que despliega sus bártulos, es dejar el pincel apoyado mientras cobra o pliega el retrato que han venido a recoger. Es la mirada fija en el lienzo, pero que observa al tiempo furtivamente a una diana cazadora que cruza la calle o se para ante un escaparate. La obra de Vito es la vida, que brota imprevisible, que no permite dos momentos iguales, que levanta o abate su ánimo, que sorprende y obliga a tener los ojos siempre abiertos, que da impulso propio a los pinceles urgidos por llegar a tiempo, que plasma los colores sin amo, sin reglas, movidos por la propia fugacidad de la inspiración.
Vito Pollio podría haber sido un gran pintor académico y clasicista. Su técnica y su calidad le hubieran abierto las puertas de galerías y salones de sociedad, pero su espíritu libre ha preferido rehuir la jaula de los convencionalismos y respirar el éter de la libertad, improvisando su arte como improvisa su vida. Por eso es un pintor impar, uno de esos artistas a los que quizás su propio tiempo -tan mercantilista, tan falsamente libertario y en el fondo tan comedido- no está preparado para entender.
La obra de Vito Pollio se encuentra hoy dispersa por paises y ciudades de todo el mundo, diseminada por el viento como granos de polen, de forma que resulta prácticamente imposible su compilación o catalogación.
La colección del Museo Carlista de Madrid alberga ocho importantes cuadros del artista italiano, realizados en dos etapas, en 2017 y 2024, en los dos encuentros mantenidos con el pintor a su paso por Málaga, ciudad que viene visitando desde hace quince años.
El fundador del Museo Carlista con el pintor Vito Pollio en mayo de 2024
Se trata de retratos de encargo de personalidades de la historia carlista, pensadores, militares o miembros de la dinastía legitimista. Entre los primeros figuran los retratos de Vázquez de Mella y del filósofo Rafael Gambra.
El tribuno tradicionalista D. Juan Vázquez de Mella
El filósofo Rafael Gambra Ciudad
A la segunda categoría pertenece el retrato de Ramón Cabrera, conde de Morella, en la época de su exilio londinense y los días en que contrajo matrimonio con Marianne C. Richards.
El general Ramón Cabrera, conde de Morella
Los retratos de miembros de la familia real carlista son los de Don Carlos de Borbón y Austria-Este, su hijo Don Jaime, y los de Don Javier de Borbón-Parma, el último de los representantes de la dinastía que se proclamó rey ante sus partidarios.
Don Carlos de Borbón y Austria-Este (Carlos VII)
Don Jaime de Borbón y Borbón-Parma (Jaime III)
Don Javier de Borbón-Parma (Javier I)
Finalmente, se añaden dos retratos del fundador del museo, llamados quizás a mantener su recuerdo cuando este le sobreviva, como sería su más sentido deseo.
Retratos de Javier Urcelay, fundador del Museo Carlista de Madrid
Con estos retratos el Museo Carlista de Madrid ha querido enriquecer la iconografía artística del carlismo, centrándose en figuras sobre las que existe un menor número de representaciones, al tiempo que dar cabida a un estilo artístico -ese expresionismo informalista propio de la pintura de Vito Pollio al que nos hemos referido- poco habitual en la pintura de tema carlista, más proclive a cánones académicos.
Los cuadros de Vito Pollio en el Museo Carlista son un estallido de color y vitalismo en la evocación de un carlismo que no es lúgubre ni mojigato, sino alegre y bullicioso, la Causa de una continuidad histórica y una fidelidad a la tradición que es también continua renovación y esperanza de futuro.
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