Marianne Catherine Richards, futura esposa del caudillo carlista Ramón Cabrera y condesa de Morella, nació en Londres el 8 de septiembre de 1820 en Londres. Su padre, Robert Vaugham Richards, era un prestigioso abogado, hijo a su vez del magistrado sir Richard Richards, que llegó a ser director de la Court of Exchequer. Huérfana de madre desde los dos años, estuvo al cuidado de su padre y especialmente de sus abuelos maternos, por los continuos viajes profesionales de éste. De corazón romántico e ideas conservadoras, desde los 16 años se sintió atraída por el carlismo a raíz de la lectura del famoso libro del capitán Frederick Henningsen The most Striking Events of a Twelvemonths Campaign with Zumalacarregui in Navarre and the Basque Provinces que se había publicado en Londres ese mismo año alcanzando gran difusión. Desde entonces Marianne Catherine siguió con gran interés los avatares de la causa carlista, llegando a visitar a la familia real proscrita en su exilio de Bourges.
En 1846 murió el padre de Marianne Catherine, pasando a heredar una notable fortuna y todo el patrimonio de las dos ramas de su familia. Durante ese mismo año, Marianne conoció y trató al nuevo rey carlista Carlos VI durante su estancia en Londres, convirtiéndose en una de las benefactoras económicas de su Causa y asistente asidua de las reuniones de sus partidarios en los salones palaciegos de la capital. Fue en una de estas reuniones de sociedad en casa de la Duquesa de Inverness en la que conoció al general Cabrera, rodeado entonces de una aureola de leyenda y del que quedó inmediatamente prendada.
El 29 de mayo de 1850 Ramón Cabrera y Marianne Catherine contrajeron matrimonio en Londres, dende vivieron durante los primeros años hasta su traslado definitivo a la soberbia mansión que en 1854 compraron en Wentworth, condado de Surrey, en la que pasarían ya el resto de sus días, más allá del fallecimiento del general Cabrera en 1877.
El matrimonio tuvo cinco hijos, dos hembras y tres varones, que fueron fuente de alegrías, pero también de grandes disgustos familiares, que se exacerbaron tras la muerte del conde de Morella, llegando la condesa viuda a echar a alguno de sus hijos de sus posesiones prohibiéndoles que volvieran a pisarlas.
La condesa de Morella amó profundamente a su marido durante toda su vida, incluidos los largos años de viudedad, y conservó su recuerdo con una piedad y fidelidad sin fisuras. Pero en ausencia de éste, mucho más pragmático y flexible, su rigorismo puritano se fue acentuando, desarrollando un carácter intransigente y severo, del que los incidentes con sus hijos, e incluso la ruptura con el reverendo Molyneux, vicario de Christ Church, que la llevó a sustituir su parroquia por Egham Chruch durante algún tiempo. Al parecer el anciano vicario había dado cobijo a los hijos que fueron expulsados del hogar materno, y esto exasperó a la condesa.
Poco tiempo antes de morir, ya nonagenaria, todavía mantuvo la condesa de Morella fuerzas para escribir en el Diario que había empezado de adolescente. Sus últimas anotaciones apenas dedican, sin embargo, un párrafo a cada año, un párrafo que a menudo se reduce al texto de un telegrama, con el que la familia real alemana contestaba a sus puntuales felicitaciones por el nuevo año o por la onomástica del Rey. Su existencia se marchitaba con el corazón aún calentado por los mismos fervores monárquicos y románticos que había albergado durante toda su vida, pero en los que la devoción por el Kaiser y la germanofilia habían sustituido a la anterior simpatía por el legitimismo español. La Condesa de Morella murió el 16 de abril de 1915 en su residencia de Wentworth.
Marianne Catherine, una inglesa romántica de carácter dominante, rígido y severo, –según la define su hijo mayor-, perteneció al sector más conservador del realismo británico, y fue cautivada desde joven por las monarquías del Antiguo Régimen, pero en especial por el carlismo español, que tenía todos los ingredientes necesarios para arrebatar el corazón de una joven soñadora y romántica: reyes infortunados, bravos caudillos que daban la vida por la Causa de su Señor, guerrilleros populares, destierros y gestas heroicas…Marianne apoyó económicamente la Causa de Don Carlos, frecuentó el círculo cortesano de los Príncipes en el destierro, y se enamoró de la leyenda de Cabrera, casi antes de conocerle en persona. Tras contraer matrimonio, amó intensamente a su esposo, del que no deseó nunca separarse, con un amor que fue haciéndose más posesivo, y para el que el carlismo empezó a resultar un cierto rival y una cierta amenaza. En torno a esta misma época, el anglicanismo de Marianne –en pleno apogeo victoriano- se hizo más intenso e intransigente, al tiempo que crecía una latente aversión a la Iglesia Católica Romana, a medida que su influencia en la educación de sus hijos los apartaba de la suya. El fracaso de la intentona de San Carlos de la Rápita -que costó la vida al general Ortega y pudo costar la de su marido, de no haberle su prudencia e instinto mantenido al margen-, fue el primer aldabonazo. Luego vino la marcha de los miembros de la familia real proscrita de Londres, y con ella el debilitamiento de los vínculos humanos contraídos con el entorno carlista, que se acentuó aún más tras la muerte de Carlos VI y los desvaríos de Don Juan, que acabarían enfriando las relaciones del Infante con su esposo. Después llegó otra época, marcada por un nuevo Pretendiente joven e impulsivo, ansioso de revivir viejas glorias, pero influenciado por una camarilla donde no faltaban los oportunistas y arribistas, que pretendieron a veces tratar al general Cabrera como una moneda de cambio. Todo ello propiciaría el distanciamiento entre Carlos VII y el conde de Morella que acabaría con el reconocimiento de Alfonso XII por parte del viejo caudillo carlista en 1875, y ya desde años antes a una creciente animadversión al joven príncipe por parte de la condesa de Morella, cuyos fervores fueron mudándose hacia el emergente imperio germano.
La pequeña de las hijas de los condes de Morella se convirtió a la muerte de la condesa en heredera de todos sus bienes. Soltera y sin descendencia, los mismos -entre los que se encontrarían fotografías y recuerdos familiares- pasarían después a distintas instituciones benéficas del Reino Unido, hasta perderse su rastro. La finca de Wentworth fue vendida a la muerte de la condesa y, tras un breve período como colegio privado de chicas, se vendió y convirtió en el lujoso club de golf que es aún en la actualidad. En su entrada, dos grandes retratos de los condes de Morella dan cuenta del origen de la propiedad y aportan una de las imágenes que conservamos de Marianne Catherine.
Junto a esta fotografía, conservamos otros retratos de la condesa de Morella, e incluso retratos de su juventud, cuando aún era Miss Richards, como la miniatura realizada en 1844 por el famoso pintor y miniaturista William John Newton, que se conservaba en la Oliver Charitable Foundation junto al Diario y otros papeles de la condesa y que fue subastado en la casa Sotheby´s en los años 80 del siglo XX.
Newton era pintor oficial de miniaturas del rey Guillermo IV y la reina Adelaida desde 1831 y nombrado Sir seis años después. Desde su estudio en Argyll Street en Londres fue en su tiempo el retratista de moda entre la alta sociedad londinense, en competencia con Sir William Ross. En el retrato, Marianne aparece adornada con un peinado a la moda, con el pelo suelto en los laterales y recogido en moño por atrás, idéntico al que lucía por aquellos años la princesa Victoria, heredera del Trono, y muchas de las jovencitas de la aristocracia, como puede verse en tantos retratos de los mencionados Newton o Ross.
Otra fotografía es la debida al fotógrafo Camille Silvy realizada en abril de 1861 y en la que una condesa de Morella, de entonces 41 años, aparece sentada en una composición de estudio, en posición erguida y con la cabeza levantada. El pelo lo lleva laxamente recogido, enmarcando suavemente los bordes de la cabeza.
Camille-Léon-Louis Silvy (1834, in Nogent-le-Rotrou, France – 1910, in Saint-Maurice, France) fue un fotógrafo francés que instaló en 1858 en Londres, abriendo estudio en Porchester Terrace nº 38, en el barrio de Bayswater, donde trabajó hasta su regreso a Francia diez años después. Realizó más de 17.000 retratos de estudio, incluyendo miles de cartas de visita que hacían furor en aquellos años desde su descubrimiento por el fotógrafo Disderi. Entre sus retratos se encuentra el de muchos miembros de la familia real británica, la alta burguesía y famosos de la época, pero también gente desconocida y personas de clase media, simples profesionales o gente de campo, con sus esposas, hijos y personal de servicio.
El retrato que Silvy realizó de la condesa de Morella el 30 de abril de 1961 se encuentra en los fondos de la National Portrait Gallery de Londres, que conserva los cuadernos de estudio del fotógrafo con más de 12.000 retratos, incluido el de Marianne Catherine.
De la misma época, sin que conozcamos la fecha exacta, es otra fotografía que forma parte de una composición fotográfica que recoge a los condes de Morella rodeados de las fotografías de cuatro de sus cinco hijos (el ausente es Leopold, que por entonces vivía apartado del entorno familiar por el trastorno de personalidad que padecía). Esta fotografía -probablemente copia a su vez de la original-, fue hallada recientemente en la colección de un viejo carlista ya fallecido, e incorporada al Museo Carlista de Madrid.
En ella aparece el busto de perfil de la condesa de Morella, con el rostro vuelto hacia el fotógrafo. Es posible que el conjunto de fotografías fuera igualmente obra de Silvy, y que se obtuvieran al tiempo que la de la condesa mencionada anteriormente.
De estos mismos años sesenta, con la condesa cuarentona, son dos dibujos de poca calidad, uno de ellos aparecido en una publicación de la época y otro utilizado como carátula en una caja de fósforos, convertida la señora del general Cabrera en icono carlista, lo que da cuenta de la popularidad que entonces tenían en España los condes de Morella.
El uso de imágenes de los prohombres y políticos del momento en las cajas de cerillas se popularizó mucho en la segunda mitad del siglo XIX, especialmente a finales de los años sesenta tras la revolución de La Gloriosa. El carlismo utilizó ampliamente este vehículo popular y de bajo coste como medio de propaganda, apareciendo con profusión la imagen de sus figuras más representativas, como los miembros de la familia real, los generales Polo, Tristany, Dorregaray, Savalls etc, o políticos como Aparisi o Vildósola, además del conde de Morella y, excepcionalmente, la propia condesa.
Ya en la década de los setenta, en 1872 el prestigioso miniaturista Antonio Tomasich realizó un nuevo retrato de Marianne Catherine, esta vez una miniatura. En ella aparece también de medio cuerpo y en una composición casi idéntica a la de la fotografía de Silvy. La condesa aparece con el cuerpo de perfil y el rostro vuelto para mirar de frente al artista, ataviada con un elegante gris marengo y adornada con pendientes y un broche que cierra el cuello de su vestido.
De padre veneciano, Antonio Tomasich de Haro fue uno de los miniaturistas españoles más importantes del siglo XIX. Nació en 1815 en Almería, donde se había asentado su familia unos años antes. En 1833 participó en el alzamiento a favor del infante don Carlos María Isidro, por lo que acabada la guerra en 1840 tuvo que trasladarse a París, donde estudió pintura y se especializó en el retrato en miniatura. La calidad de sus obras le llevó a moverse entre Paris y Londres, trabajando para la nobleza que le realizaba sus encargos, entre ellos los condes de Morella, a quienes Tomasich conoció en uno de sus frecuentes desplazamientos a la capital inglesa y con quienes compartía bandera política. El éxito le llevaría a ser nombrado miniaturista de Cámara por Isabel II y un puesto similar en la corte inglesa. Entre su producción se encuentran numerosos retratos en miniatura de monarcas, nobles y políticos de la época, destacando el de la Reina María Victoria, el del rey Amadeo I (1872), en el de Eduardo, Príncipe de Gales y especialmente, por su vinculación con las ideas carlistas que profesaba, los retratos de Carlos VII y su esposa Margarita de Borbón Parma (1881).
El retrato miniatura de la condesa de Morella de Tomasich fue subastado recientemente, pasando a formar parte de una colección particular.
Los dos últimos retratos de la condesa de Morella que conocemos son una fotografía de 1875, que a pesar de realizarse cuando Marianne Catherine tenía 55 años - lo que hoy nos parece una edad aun relativamente joven-, muestra ya una Marianne envejecida, con el pelo tirante en las sienes y recogido en un moño en la nuca, en una imagen que permanecería ya invariable el resto de su vida.
La fotografía apareció publicada en el Tomo IV de las Impresiones y recuerdos del publicista Julio Nombela, ayudante de Cabrera en los días del Acuerdo de reconocimiento de Alfonso XII.
Una edad más avanzada es la que presenta la condesa de Morella en la última de las fotografías que conocemos, de una condesa anciana y ya viuda, de riguroso luto, y en el que el afilamiento de las facciones, ahora mostradas abiertamente de perfil, y la seriedad de la expresión permiten vislumbrar esa rigidez y severidad de carácter, teñido de melancolía, que se manifestó sobre todo en el tramo final de su vida nonagenaria.
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