La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es tan antigua como el Evangelio, pero podemos decir que, en su forma más reconocible, arranca de 1675, fecha en que Jesucristo se le manifestó a la religiosa francesa Santa Margarita María de Alacoque mostrándole su corazón abierto.
En España, los orígenes de la devoción de carácter público se remontan a 1733, y están ligados a la figura del jesuita Bernardo de Hoyos y a la labor de las misiones populares que extendieron la devoción por todo el territorio nacional. El P. Hoyos había tenido una visión de Jesucristo, en la que le había hecho saber que su Corazón reinaría en España con más devoción que en otras partes, lo que se conocerá a partir de entonces como la Gran promesa.
Durante el siglo XVIII, y de la mano fundamentalmente de la Compañía de Jesús, la devoción se extendió, gozando del auspicio no sólo de la jerarquía eclesiástica -que veía en ella un salvoconducto contra el protestantismo y el jansenismo-, sino de la propia corona. Ya incluso antes, en 1727, nuestro primer rey Borbón, Felipe V, había dirigido una carta a Benedicto XIII pidiéndole Misa y oficio propios del Sagrado Corazón para que esta devoción pudiera extenderse por todos sus reinos.
Las primeras representaciones iconográficas de la nueva devoción, que siguieron a la primera llevada a cabo del pintor italiano Pompeo Batoni basadas en la visión de Santa Margarita, se difundieron a través de numerosas estampas, que empezaron a poblar los hogares cristianos y contribuyeron a difundir la piadosa devoción.
Fue, sin embargo, el siglo XIX, tras el retorno de la Compañía de Jesús, cuando la devoción se consolida, hasta el extremo de que es ese siglo al que algunos han llamado “el siglo del Corazón de Jesús”, fundándose numerosas asociaciones y obras pías bajo sus auspicios, y contando con el apoyo de la monarquía.
En el ecuador del siglo, la devoción fue impulsada de forma decidida por Roma, especialmente por el Papa Pio IX, que en 1846 aprobó la creación del Apostolado de la Oración-fundado por el jesuita francés Henri Ramière-, un instrumento fundamental para la propagación de la devoción al Corazón de Jesús, y en 1856 instituyó la festividad del Sagrado Corazón de Jesús en la Iglesia universal, como medio para luchar contra los embates del laicismo.
Un momento clave en nuestra patria, fue el inicio de la publicación por parte de los jesuitas en 1866 de la revista El Mensajero del Corazón de Jesús, como órgano del Apostolado de la Oración, y que pronto alcanzaría una gran difusión. Posteriormente otras revistas se encargarían igualmente de difundir la nueva devoción.
Escapularios y detentes con la imagen del Sagrado Corazón alcanzaron gran popularidad y expresaron el arraigo conseguido por la devoción corazonista.
El origen de escapularios y detentes con la imagen del Sagrado Corazón se remonta a a la epidemia de peste que asoló Marsella en 1720, cuando una religiosa del monasterio de la Visitación de la ciudad supo, por inspiración divina, que la mejor protección contra la epidemia sería llevar sobre el pecho la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, con la inscripción “Detente, el Corazón de Jesús está conmigo”, propagándolo entre todos los habitantes de la ciudad, que pronto pudieron comprobar sus efectos al mitigarse la epidemia.
La práctica de lucir sobre el pecho un “detente” se repitió en la epidemia de cólera que abatió a la ciudad de Amiens en 1865, contribuyendo a la divulgación de esta práctica piadosa.
La primera vez que los detentes se utilizaron por parte de soldados fue en la guerra franco-prusiana de 1870-1871, en la que las mujeres que asistían a los combatientes franceses divulgaron esta devoción de llevar un detente cosido al uniforme a la altura del pecho, a la que pronto se atribuyeron prodigiosos efectos.
En 1873 un artículo publicado en El Mensajero del Corazón de Jesús, traducido del francés, menciona por primera vez la palabra “detente” para referirse a estos objetos.
En la guerra carlista de 1872 a 1876, los detentes bordados en las chaquetas de los uniformes pasaron a ser una de las señas de identidad de los combatientes carlistas, que veían en la idea del Sagrado Corazón el núcleo religioso de la Causa que defendían y la prenda de salvación frente a sus enemigos.
Pronto el propio pontífice Pío IX bendijo la práctica de los detentes, escapularios, placas e imágenes del Sagrado Corazón, contribuyendo incluso a que se cosieran multitud de ellos en conventos de religiosas para su distribución entre los fieles.
El modelo inicialmente propuesto, con características y medidas definidas, fue pronto desbordado, dando lugar a infinidad de formas -romboidal, oval, circular o cuadrangular- y diseños, realizados inicialmente en lana con bordado, pero pronto también en papel impreso protegido por una lámina de plástico. Los bordes podían ser lisos, ondulados o en dientes de sierra, y el tamaño era pequeño, generalmente oscilando entre 2 y 10 cm de altura y 2 y 9 cm de ancho.
La iconografía de los detentes se dividía en la que representaba la imagen de Cristo apuntando a su Corazón inflamado de amor en su pecho, o sostenido en su mano, y aquella otra en la que se mostraba el corazón aislado, con una incisión abierta, una corona de espinas y una cruz que lo remata. Ambos modelos proliferaron tanto en España -y sus proyección iberoamericana- como en Francia, las dos naciones en las que la devoción arraigo con mayor intensidad. Escapularios, placas para las puertas, parches bordados de tela y medallas de todo tipo se convirtieron en objetos omnipresentes en manos de los católicos, que encontraban en la devoción al Corazón de Cristo – a diferencia de otras devociones más “litúrgicas”-, la fuente de una piedad hondamente personal e íntima.
En 1875 el Papa Pio IX llevó a cabo la consagración de la Iglesia al Sagrado Corazón, dando un espaldarazo a los católicos -especialmente a los carlistas- que luchaban desde hacía décadas contra el liberalismo y librarían, ya durante la Restauración alfonsina, la batalla sobre la llamada cuestión religiosa.
En 1877 el Apostolado de la Oración, que había aprobado el papa Pío IX en 1846, introdujo el uso de los escapularios e insignias del Sagrado Corazón, proporcionando directrices en cuanto a las características que deberían poseer. Estos escapularios constaban de dos partes, unidas por unas cintas o cordones, y, a diferencia de los detentes, se disponían de forma visible sobre la ropa.
En 1899, el papa León XII llevó a cabo la consagración del mundo al Sagrado Corazón, a través de la encíclica Annum Sacrum, lo que impulsó una corriente de consagraciones de naciones, hogares y entidades de todo tipo al Sagrado Corazón.
Es por estas fechas cuando se introduce la costumbre de las placas con la imagen del Sagrado Corazón clavadas en las puertas de las casas o dispuestas en las fachadas de las mismas. Tal costumbre experimentó un empujón al conceder el obispo de Vich, fundador de El Mensajero del Corazón de Jesús, indulgencias a quienes exhibieran en sus casas medallones con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, y pronunciaran jaculatorias al contemplarlas.
Fruto de ello fue la elaboración en una fundición de Manresa de unos grandes medallones de hierro de 40x30 cm, con el escudo de España en relieve, la imagen del Sagrado Corazón y la inscripción “Reinaré”, que pronto se dejaron ver en la fachada de numerosas casas, especialmente en las zonas de España de mayor raigambre carlista, como Navarra, Cataluña y el Maestrazgo.
Poco después una fundición de Eibar siguió el ejemplo, elaborando 50.000 placas que se vendieron en toda España. Pronto proliferaron distintas versiones, en bajorrelieve sobre metal, esmaltadas o litografiadas, y convirtiéndose en un elemento habitual en todas las casas de nuestro país, que hacían con ello pública proclamación de su fe, conservándose todavía bastantes de ellas hasta nuestros días.
En nuestro país la acogida a la iniciativa pontificia de la consagración al Corazón de Jesús fue inmediata, y ya desde entonces se dieron los primeros pasos que culminarían con la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús, realizada por Alfonso XIII en 1919, ante el recién construido monumento al Sagrado Corazón del Cerro de los Ángeles, en el centro geográfico de España. El monumento del Cerro no sería sino el primero de otros muchos que empezaron a levantarse por todo el territorio nacional, de los que la Basílica de la Gran Promesa, de Valladolid, y el Templo Nacional Expiatorio del Tibidabo, en Barcelona, serán años después los más elocuentes.
La guerra civil que siguió al Alzamiento Nacional de julio de 1936 convirtió la devoción al Sagrado Corazón en centro del sentido religioso que, sobre todo gracias al carlismo y a los requetés, adquirió la contienda, calificada de verdadera Cruzada por la jerarquía eclesiástica en la famosa Carta Colectiva del Episcopado Español de 1937. Ya para entonces los requetés carlistas habían popularizado el detente –“Detente bala, el Corazón de Jesús está conmigo”- que llevaban bordado en el bolsillo de sus camisas o capotes.
En el fervor nacional y católico de la posguerra, el culto al Sagrado Corazón conocería sus momentos de apogeo, expresión del cual fue la inauguración por Franco en 1965 del nuevo Monumento del Cerro, en sustitución del primitivo que había sido volado por los rojos al comienzo de la guerra. Las manifestaciones de entusiasmo y fervor se extendieron por toda España.
Como afirma María Antonia Herradón Figueroa, a la que hemos seguido en las páginas anteriores en su trabajo sobre “Reinaré en España. La devoción al Sagrado Corazón de Jesús”[i], “Podemos concluir diciendo que, entre mediados del siglo XIX y mediados del XX, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús se consagró como una manifestación específica de la idiosincrasia religiosa española. No cabe duda, pes, de que la promesa proclamada por Bernardo de Hoyos, “Reinaré en España y con más devoción que en otras partes”, acabó haciéndose realidad.
El Museo Carlista de Madrid posee en su colección una amplia representación de piezas relacionadas con la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que, si se difundió por todas las regiones, capas sociales y tendencias del catolicismo español, tuvo entre los hogares tradicionalistas y los combatientes carlistas algunos de sus más entusiastas y firmes partidarios.
No puede ser menos, además, considerando que el Museo Carlista de Madrid se inauguró en 2019, justo en el año en que se conmemoraba el Centenario de la Consagración de España al Sagrado Corazón, y ello no como una mera coincidencia. Esta circunstancia, verdaderamente providencial, ha querido subrayarse colocándose en la fachada del palacete que alberga el Museo uno de esos medallones de hierro fundido en relieve, con la imagen del Sagrado Corazón sobre el escudo de España y el rótulo “Reinaré”, que fueron fundidos en Manresa en torno a 1900. Se une con ello a la costumbre que tanto arraigó en tantas casas de nuestros pueblos como manifestación pública de fe, al tiempo que ofrece al visitante la oportunidad de pronunciar una jaculatoria al Sagrado Corazón y acogerse así a las indulgencias ofrecidas por la Iglesia a los que así lo hagan.
[i] María Antonia Herradón Figueroa: “Reinaré en España. La devoción al Sagrado Corazón de Jesús”. Revista de Dialectología y Tradiciones Populares. Volumen LXIV, nº 2, pp 193-218, julio-diciembre 2009.
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